Relaciones intersubjetivamente profundas y a la vez inmanentes a un nosotros, ¿son posibles en nuestra estructura social, cuya complejidad las mediatiza?; ¿el amor y la amistad, concretamente, son posibles en ésta? … porque lo que abrazamos en los amigos es un mundo mejor, dijo el poeta. ¿Podremos seguir viéndonos reflejados en una misma cultura social, cuando no queden de ella más que tecnología y materialización? Pero atendamos al espíritu Sitúo el origen de nuestra cultura en el pueblo griego antiguo; el que no fue: ni conquistador ni conquistado; ni rico ni pobre; ni disciplinado prematuramente ni tampoco libertino; amando el cielo y la tierra y sintiéndose amado por ellos como siendo sus progenitores; por tanto, supieron sentir la belleza.
Fue así el griego un ser completo que apreció la belleza sin poner en su lugar a una potencia velada. Por eso, no fue al principio la filosofía; sino recién, cuando el sol de lo bello iluminó la razón, dijo el poeta. Antes, fueron los dioses, pero que solo porque fueron humanos lo conmovieron. Así, se desplegó esa cultura –en cuya armonía residiera su espíritu- . Siendo su primer hijo, por consiguiente, el arte… antes que una religión dogmática.
Es que la conciencia del griego, medida de su tiempo y condición de su persona, lo fue en un principio de todo cuanto él no era y que él contemplaba asombrado. Necesitó entonces verse a sí mismo y puso ante sí una imagen de lo humano en toda su perfección; elevándola a divinidad. Por eso, el segundo hijo de su cultura fue la religión. Con dioses que no se ocuparon mucho de él ni texto sagrado le dieron, pero que a su contacto lo elevaron y ennoblecieron.
Mitología que tanto cultivara más tarde en sus temas literarios, pictóricos y escultóricos, la segunda gran época dorada: la del Renacimiento.
Y en aquel clima nació recién el pensamiento de la realidad; relativo a la consistencia del universo en la Escuela de Mileto y al ser en Parménides; no ya referido a los dioses pero expresado poéticamente… lo que aún es arte, lo que aún es amor a la belleza. Si no es ésta otra cosa que la naturaleza humana realizada; la unidad del hombre completo… pero en la unidad de su riqueza.


Parménides de Elea.
Vale decir, no el regreso a una unidad simple sino con atención al otro gran pensador de la época, Heráclito, quien dijo: en el pensamiento, la cosa se diferencia en sí… que es de este modo como damos su concepto y es así como en nuestra conciencia se refleja. Al pensar y al pensarnos. Siendo la belleza, la armonía de ese despliegue.
Somos pues, hijos de esa creación que los renacentistas retomaron: somos entre el cielo y la tierra y no nos es dado reposar en parte alguna, dijo también el poeta; somos, entre lo abstracto y lo concreto, de donde nuestro amor a la libertad; y sin omisión de aquel otro gran movimiento que cerrara el pensamiento antiguo pero que lo abriera para nosotros obligándonos a no detenerlo: el escepticismo, cuya idea principal consistió en no dar a verdad alguna como definitiva, lo que evita el dogma; y somos entre humanidad y naturaleza, es allí donde emerge el arte.
Por eso, dijo también el poeta escuchar a ese dios que yace en nosotros y que, si bien el pensamiento nos dice que nuestro destino es la muerte, mientras hay vida hay espíritu, que la niega; y en éste germina el alma, que es la unidad de la vida: por lo que el despliegue del espíritu debe conservar la unidad de la vida.
Por tanto, la teocracia de lo bello pudo existir en ese Estado libre, que concibiera al mundo como su Olimpo, siempre joven y vivo; donde pudiera la juventud: no vivir en un mundo viejo sino envejecer en un mundo joven, en aquel espacio de lo sagrado.
De manera que la memoria de nuestra racionalidad debe partir de aquella mitología… a condición que lo divino sea vivenciado en este espacio de la realidad, entre cielo y tierra, y practicado como respeto a la vida misma, que es cuanto somos, en todas sus bellas manifestaciones.
Porque lo bello no es tan solo lo que nos agrada sino lo que nos transforma… así como lo sublime es lo que nos trasciende. Sin entender por eso que la verdad esté en la poesía (Aristóteles así parece haberlo creído). Sí, que el pensamiento que la procura se expresó en sus orígenes en esos términos y con esas formas. Ello permitió un crecimiento múltiple que obligara a su vez a evitar el equívoco… Si nada hay definitivo a su respecto, como bien enseñaron los escépticos. Y fue necesario su despliegue asimismo, porque la cosa en el pensamiento se desdobla en sí misma, tal como hacemos al pensarla y al pensarnos.
El positivismo más tarde dejó solo naturaleza material y organismo, sometidos a tratamiento científico. Lo que no carece de valor, pero no tenían por qué morir ni el arte ni el sentido religioso de la vida: ni la apreciación de la belleza ni el respeto por la vida.
Y no es que los dioses les hubieran asegurado a los antiguos griegos una vida eterna; al morir no quedaban de ellos más que sombras. Pero algún ser conservaban: el ser de lo que habían sido… si al morir también nosotros pasamos a ser la memoria de otros, y aun vivos, nos vamos reduciendo al recuerdo de lo que fuimos.
Es que estaban entonces unidos lo bello, lo verdadero y lo bueno… de ahí, la bienaventurada hondura del ser… cantada por los poetas que las musas inspiraban… pero esa hondura requiere la penetración del pensamiento; ¿lo habremos perdido?… siendo que más que los hechos pervive la palabra, añadió el poeta; ¿expresa ésta acaso hoy, aquel espíritu originario que animara nuestra cultura?
Fuente: La Capital.